martes, 31 de octubre de 2017

Iris, la eterna niña de la cama 18 (Para volver a ver).



Desde que nació fue condenada a no pisar la tierra. A sus 33 años, el mundo exterior ha sido un murmullo para Iris. Solo lo ha visto dos veces: cuando salió de un hospital para ingresar a otro, y cuando regresó. Ahora, después de mucho tiempo, quienes la rodean comprendieron que también fue absuelta y enviada con la gracia de la supervivencia.

El 5 de mayo de 1987, una mujer llegó con una nena de 5 años en brazos al Hospital de Niños de Maracaibo. Le dijo al galeno de guardia que la pequeña tenía diarrea, y minutos más tarde se esfumó. Sola. Atrás dejó a Iris, quien hoy lleva más de 10 mil días esperándola postrada en una cama.

En el informe médico que se abrió en aquel momento se anotaron datos que aún permanecen en los archivos del recinto: la mujer dijo llamarse María del Carmen González, de 27 años, y el padre de la bebé era un hombre de 29; Iris fue producto de una cuarta gesta no controlada; al nacer el 6 de enero de 1982 pesó 2,600 kilogramos; necesitaba respiración asistida; nunca se ha parado; nunca ha hablado; no puede sostener la cabeza; se ingresó a las 2.20 de la tarde con una diarrea aguda, otitis media supurativa y parálisis cerebral espástica por orden del director del hospital Alfredo González Paz, ya fallecido.

La poca información que se obtuvo de Iris la dio su madre, pero realmente no se sabe si es cierta o no. Incluso mencionó una dirección de residencia: Haticos por Arriba, callejón San Luis, casa 16-52, pero era falsa. Esa semana, Ahidde Briceño, jefa del departamento de Trabajo Social en el hospital, visitó siete u ocho barrios y nunca la encontró.


“Aquella tarde la madre desapareció y hasta el sol de hoy no ha vuelto. Hicimos la denuncia por radio, prensa y, después, el 7 de abril de 1989, se colocó en el entonces Instituto Nacional del Menor (INAM)”, recordó Briceño, quien lleva 35 años en el hospital y se convirtió en una de las varias madres adoptivas de Iris.

Fue la misma Briceño quien encontró un importante dato en la vida de Iris. De pista en pista, durante la búsqueda de la madre, halló en un barrio ya borrado de su memoria a una mujer que albergó por un tiempo a González. Aquel testimonio aseguraba que la progenitora también había sido abandonada de pequeña en un albergue de Santa Bárbara del Zulia. Además, mostró una fotografía que le tomó a Iris, al parecer de 2 años, en una andadera. 

Hogar

Rara vez un hospital deja de ser visto como una antesala de la muerte, un preludio de buenas o malas noticias, para convertirse en un hogar. Y eso es lo que tiene Iris: un hogar.

La sala de Servicio Preescolar, Escolar y Adolescente ha sido su cuarto desde que llegó. Pasó de la cama 6 a la 12, y desde hace unos meses ocupa la 18. Pero siempre en el mismo sitio: pegada a la pared del área de enfermería, para que sus protectoras escuchen el mínimo ruido que emita.

Ahí está rodeada de otros niños, pero solo ella ha sido la huésped permanente. Sus 38 kilos y casi un metro de estatura descansan sobre la única cama con mosquitero.

Inmóvil, acostada sobre sus piernas por una malformación congénita, con la mirada hacia arriba, perdida, sin expresiones, sin comunicación alguna, Iris parece haberle jugado una mala pasada al destino: decidió quedarse.


Médicos, enfermeros y todo el personal que la vio ingresar pensaron que no tendría niñez, que no llegaría a la adolescencia y mucho menos a la adultez. “Pero aquí sigue, ella es una bendición, es nuestra hija, y por algo está presente”, comentó otra de sus madres, Elaine Vielma, jefa de Servicios Generales con 34 años de labor en el hospital.

Alrededor de la cama, que parece el reino de Iris donde ningún inquieto niño se asoma ni hala el cobertor, las enfermeras, médicos y madres de otros pacientes le festejan siempre el cumpleaños. Ahí vuelven a recordar su historia y un particular episodio: algunas enfermeras, ya jubiladas, vieron en varias oportunidades a una mujer acercarse hasta el pie de la cama y llorar cabizbaja. Luego se marchaba sin decir una palabra. “No sé por qué, pero nunca nadie tuvo la delicadeza de preguntarle a esa mujer quién era”, exclamó Briceño.

La única vez que Iris ha salido de su casa fue en 2013, cuando conoció calles, autos y árboles rumbo al Hospital Central de Maracaibo, donde vio rostros desconocidos de nuevas personas trajeadas de blanco.


“Presentaba inapetencia, por lo que se le colocó una vía para una infiltración, que derivó en una infección de piel y tejido blando en un dedo de su mano derecha, lo que ameritó traslado a un centro de salud de adultos, que fue el Central, donde le practicaron una cirugía para drenarle el líquido”, explicó otra de sus madres adoptivas, la pediatra Nelly Petit, jefa de la sala de Servicio Preescolar, Escolar y Adolescente.

Mientras le practicaban exámenes y cicatrizaba la herida, allá permaneció Iris el mes y medio más triste de su vida. Solía llorar, a pesar de que las enfermeras del Hospital de Niños iban a cuidarla también. Sabía que no estaba en su cuarto.

“La otitis y parálisis debieron resultar por una hipoxia feto-neonatal, y pese al estado neurológico en el que se encuentra, ella sabe dónde está, no habla pero emite sonidos, no camina pero sí escucha”, expuso Petit. Y aparte de la cirugía y los dolores comunes por la enfermedad en el oído y por la menstruación, que son las únicas formas por las que se expresa a través del llanto, Iris nunca ha estado grave, o no han permitido que lo esté.

De vuelta a su hogar, la pequeña con cuerpo y edad de mujer cambió el semblante, y se le tuvo que abrir un segundo expediente de ingreso. Ahora puede presumir de ser la única con dos historias médicas en un mismo sitio.

Como toda reina, Iris tiene su escuadrón protector.

En los 28 años que lleva encamada, solo una pediatra ha exigido que salga del hospital para ser ingresada a uno acorde a sus necesidades especiales, a un centro de salud para adultos. Esa galena reclamó que Iris es “una planta, un vegetal”, porque en su momento no se le practicó un tratamiento de fisiatría riguroso, aunque ya nada de eso importa.


Y como los guerreros defienden a su reina, o, mejor dicho, como la familia defiende a un hijo, el personal del hospital se alzó por dos sencillas razones que recordaron Briceño, Vielma y Petit: quién está dispuesto a recibir a un paciente en esa condición y quién está dispuesto a vivir con el remordimiento de consciencia de que Iris muera de tristeza porque la sacan del único hogar que ha conocido. 

Además, cualquiera vería complicado que encuentren enfermeras como Xiomara Valdez y Johany Leal, otras de sus madres adoptivas, que limpien a Iris, la afeiten, bañen, cambien los pañales, los centros de cama que mancha por su menstruación, y le coloquen cremas y colonia, acciones cuyos artículos para realizar buscan con desespero.

Valdez y Leal, junto a cuatro enfermeras más que se dividen en dos por turno, y algunos médicos residentes, se han encargado de que a Iris nunca le haya salido una escara, de mantenerla acicalada, perfumada y que cumpla su estricta dieta de alimentos en forma de papilla.

En ocasiones, son ellas mismas quienes montan a Iris en una silla reposera y la llevan en las mañanas hasta un espacio abierto del hospital para que el sol acaricie su rostro por unos minutos.

“El primer ángel que tuvo fue el doctor Alí Torres Morales (segundo director del hospital después de su ingreso, ya fallecido) quien luego de ver cómo ella se desarrollaba en ese ambiente, dijo: ‘no se va, se queda con nosotros, será la hija del hospital’. Luego se formó la Sociedad de Amigos para ayudar a Iris, compuesta por miembros de la institución quienes colaboran con sus cuidados”, contó Petit.

Pero Iris no es una paciente, es, como sentenció Alí aquella vez, una hija adoptada, una niña, o al menos así la ve todo el personal de este centro de salud, ratificó con ímpetu el galeno Víctor Román.

“Cuando un director recibe el hospital también acepta a Iris, sabe que viene con ella, porque es parte de la institución”, afirmó Aura Rincón, quien está al frente del recinto desde hace ocho meses. 

Uno de los problemas que afronta hoy Rincón —explicó— es la carencia de documentos personales de Iris, quien, legalmente, no existe. No tiene cédula de identidad ni partida de nacimiento. Y si llega a fallecer pronto habría dificultades para tramitar un acta de defunción, ya que no hay constancia de que haya nacido.

“En caso de tener que ser presentada en el Registro Principal, yo me pondría como su madre”, sentenció Briceño. Seguido, lanzó: “Adentro de las cuatro paredes que son su mundo, nadie la olvida, nunca le ha faltado amor”, y fuera de ellas, para la gente, pareciera que no existiera.

La familia que le llegó aquella tarde del 87 no sabe si ella querría que se recordara su historia, pero sí sabe que su vida no es para contar, sino para actuar. Y mientras espera que los hilos se muevan a su alrededor, en su infancia perpetua, Iris sigue quieta en su cama, la 18, sin palabras, mirando hacia arriba.

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